La Humanidad ante el Abismo
Religión y Tecnología como vías de escape.

Las puertas de la salvación vuelven a abrirse en el cielo, y las religiones se presentan nuevamente como una vía de escape para una humanidad que enfrenta una transformación profunda. No soy una persona religiosa en el sentido tradicional, y me considero más bien un agnóstico. Sin embargo, si tuviera que definir mi sistema de creencias, lo llamaría una microreligión humanista. Esta se basa en mi experiencia personal, combinando elementos de diversas religiones, especialmente en lo que respecta al alma y el espíritu, vistos como entidades similares a la mente, aunque aún no comprendamos completamente las dimensiones con las que nos permiten interactuar.
Pero esta creencia personal no es la base de mi argumento. Lo que propongo es que las religiones, o una nueva forma de religiosidad, pueden ser fundamentales para enfrentar los desafíos que la humanidad tiene por delante, como el avance tecnológico, el cambio climático y la ineficacia de las estructuras de gobierno actuales. La clave radica en la capacidad del ser humano para enfrentar estos desafíos a través de sus creencias.
Cuando se le pide a un creyente que haga un sacrificio, lo hace con convicción, porque cree que su esfuerzo tiene un propósito trascendental en su vida. En cambio, si se le pide una contribución para una acción puramente racional, aunque reconozca su importancia, es menos probable que lo haga con la misma dedicación. Por esta razón, muchas de estas decisiones cruciales deben ser respaldadas por la intervención estatal para asegurar su cumplimiento; si no, que levante la mano quien disfrute pagar impuestos.
Es aquí donde surge la necesidad de redefinir al Homo sapiens, no solo como un ser racional, sino también como un Homo fide o Homo religiosus, cuya acción está profundamente influenciada por sus creencias y emociones. Cuando requerimos la ayuda de otros, no debemos limitarnos a argumentar racionalmente; debemos empatizar y conectar con sus creencias más profundas.
El futuro de la humanidad exige empatía si queremos construir una sociedad inclusiva. La tecnología puede garantizar una sociedad racionalizada, pero no puede integrar en sus algoritmos las emociones y creencias que guían las decisiones humanas. En este contexto, ni la religión ni la ciencia han generado visiones completamente optimistas del futuro. Las religiones han creado divisiones, y la ciencia, utilizada de manera inapropiada, ha contribuido a problemas ecológicos. Sin embargo, el verdadero problema no reside en estas disciplinas en sí mismas, sino en cómo hemos utilizado el conocimiento que nos brindan.
Algunos ya han perdido la fe en la capacidad humana para cambiar su realidad en la Tierra y están buscando alternativas fuera de nuestro planeta. Pero si estos esfuerzos se realizan sin una transformación profunda en nuestra manera de ser, corremos el riesgo de llevar con nosotros los mismos problemas que enfrentamos aquí. La solución no es escapar, sino reevaluar y reconfigurar nuestras creencias y acciones. Si no lo conseguimos, escapar también parece un buen plan.
Todavía hay tiempo para revisar nuestros «manuales de usuario» y encontrar nuevas formas de utilizar la humanidad que tenemos en nuestras manos. Somos seres temporales y debemos usar nuestro tiempo con un propósito claro. Este propósito podría ser definir una humanidad que no sea perfecta ni utópica, pero sí capaz de encontrar soluciones sostenibles para sobrevivir en este planeta el mayor tiempo posible, sin causar sufrimiento a otros. Mi beneficio no puede ser a costa del padecimiento ajeno (una máxima en la que nadie estará en desacuerdo, pero que tenemos la capacidad de ignorar, tema que dejo para otro post).
Las herramientas para lograr esto son pocas, pero poderosas: tiempo, acuerdos, diseño, trabajo y, fundamentalmente, deseo y motivación. Estas últimas dos fuerzas no son racionales, sino espirituales, y se basan en la fe de que podemos crear un futuro mejor si somos lo suficientemente devotos.
La humanidad necesita una nueva forma de religiosidad para enfrentar los problemas actuales, una globalizada y más orientada a la vida en la Tierra. Creer en la humanidad como experiencia suficiente para vivir con un propósito nos permitirá vivir y morir en paz.
Ampliar los criterios de lo que consideramos verdad, tanto en los paradigmas científicos como en las escrituras religiosas, podría ser un camino hacia una evolución en la que se fundamenten nuevas esperanzas y se encuentre un propósito renovado para la humanidad. Al final de nuestras vidas, independientemente de si nuestras creencias pueden ser confirmadas o no, lo que realmente nos brindará satisfacción será saber que nuestras acciones fueron coherentes con nuestros propósitos. Tal vez esto no nos lleve al «reino de los cielos», pero al menos nos permitirá descansar en paz, sabiendo que actuamos con sentido y humanidad.
Desde tu ahora, en mi pasado, gracias por este presente.