La ilusión del alquimista.

La esencia de la realidad.

El poder de transformar la materia de lo que es en lo que nos gustaría que fuera es una de las búsquedas más persistentes del ser humano, tanto en lo personal como en lo social.


Si lo piensas bien, una guerra está motivada por este deseo de transformación: uno de los bandos, si no ambos, pretende que la realidad se acomode a sus expectativas.


En nuestras conductas personales, muchas veces operamos de la misma manera, buscando estrategias que cambien nuestra realidad actual por la realidad deseada.
En esos momentos es cuando surge el concepto de lo bueno y lo malo. Bueno es cuando nuestros deseos se cumplen, malo si no lo hacen.


La alquimia es la traducción al mundo material de nuestros deseos mentales, al igual que el concepto de un dios que hace la realidad a su voluntad.
Estos criterios muchas veces se mezclan con la idea de lo que somos o podemos ser. Sobre todo desde conceptos religiosos o creencias esotéricas, la idea de la esencia humana es la de una conciencia o ser capaz de lograrlo todo con el pensamiento o el deseo.


Esta contradicción lleva a la mente a encontrar límites racionales y a descartar las experiencias que pueden ser de otras dimensiones o realidades, ya que la premisa con la que ella establece la realidad es que el mundo material solo puede transformarse desde la materia. Y si no es mediante un proceso lógico, pues entonces hablamos solo de fantasías.


En esta pugna por el poder de la realidad es que muchas veces nos encontramos con el concepto de que la mente no es real, que está dominada por el ego, y que la esencia de la realidad es una dimensión inmaterial; a la cual podemos acceder cuando apagamos la mente, lo cual puede ocurrir mediante experiencias de profunda introspección o mediante la muerte.


Como somos seres biológicos, con capacidad de percepción de pensamientos y racionalización de los mismos, pero con instinto de supervivencia, la idea de morir para experimentar queda fuera de la ecuación; por ende, nos embarcamos en la búsqueda de la esencia desde experiencias profundas, pero que nos mantengan con vida.
En algún punto, si la muerte es el proceso de la alquimia que nos permite transformarnos de lo que no somos a lo que somos, como humanos, tenemos un problema grave, ya que nadie quiere morir para confirmarlo. Y si ese proceso no es necesario y podríamos conocer nuestra esencia mediante prácticas profundas de introspección, al final nos encontraríamos con las limitaciones de la realidad física, que imponen ciertas lógicas que no permiten constatar la realidad insustancial de la materia.


O tal vez sí se pueda, y las experiencias paranormales sean puertas de acceso a estas realidades, pero son fronteras que la mente aún no puede cruzar. Para hacerlo, debe poder tender un puente que le permita ir y volver entre ambos mundos. De lo contrario, la mente no puede avanzar ante el peligro de no poder garantizar la subsistencia.


Y no hablamos del miedo a la muerte, ya que muchos no lo tienen, sino que la racionalidad de la realidad en la que estamos acostumbrados a vivir se impone como la única que garantiza seguir experimentando la existencia.


En este punto es donde las creencias, con su potencial de transformar lo imaginario en realidad, operan en contradicción con lo racional. Es una capacidad de la mente de dejar que un aspecto ilógico domine el campo de la acción. Los mártires son un ejemplo de esto: independientemente de la causa, el que pone por encima de su existencia una causa mayor opera en el terreno de la irracionalidad.


Sin embargo, no opera fuera del terreno de la mente, sino que encuentra dentro de sus territorios la posibilidad de hallar otros argumentos que le den sentido a esa realidad en la que vive.


Por eso la alquimia se presenta como una puerta giratoria entre realidad y creencia, razón e imaginación, ciencia y fe, que mantiene a las personas en la tensión permanente de coexistir entre dos o más realidades.


Sí, somos alquimistas, pero esa no es nuestra esencia; es solo una ilusión. No sé cuál es el camino para descubrir la esencia de lo que somos, pero me inclino por pensar que debemos integrar y no separar, aceptar y no transformar. La mente, el alma y el espíritu deben ser realidades que existen en nosotros, pero no podemos acceder a una de ellas sin estar en contacto con las otras. Es como querer apreciar la belleza de una flor, eligiendo solo uno de los sentidos para hacerlo. Cuando en realidad su belleza se aprecia con el tacto, la vista y el olfato (simplificando para que se entienda).


La metáfora del alquimista es una de las que más nos gusta para identificarnos, porque nos hace sentir que podemos alcanzar nuestros sueños con las estrategias adecuadas. Sin embargo, creo que deberemos buscar nuevas metáforas que me ayuden a encontrar un personaje que, en vez de transformar las experiencias con la ilusión de cumplir sus deseos, las integre para encontrar la felicidad.

Desde tu ahora, en mi pasado, gracias por este presente.

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