Existencia: un abrir y cerrar de ojos.

—Cuando cierro los ojos, ¿lo que veo deja de existir?
Explicarlo de manera sencilla para un escritor de metafísica es casi como pedirle a un chef que haga un plato gourmet con solo dos ingredientes. Pero el desafío estaba ahí, y siempre es divertido intentarlo.
Es un debate que surge desde los orígenes de la reflexión humana y aún se mantiene vigente. Y mi hija, como todos los niños, fiel a su esencia desafiante de los límites de la capacidad paterna, lo trajo al presente.
Mi primera respuesta fue:
—No, si alguien más lo está viendo.
—¿Y si todos cerramos los ojos?
—Cuando los abramos, las veremos igual a como las recordamos. Por lo tanto, no notaríamos la diferencia.
—¿Y si nos morimos todos y nunca más abrimos los ojos?
—Entonces sí desaparecerían para nosotros.
—¿Y para un perro que quede vivo?
—Para él seguirían existiendo.
—¿Y si no queda ningún ser vivo?
—Entonces no habría nadie para percibirlas, así que dejarían de existir para los seres.
—Pero… ¿podrían seguir existiendo, aunque nadie las vea?
—Desde nuestro punto de vista, no. La existencia es una relación entre el que percibe y lo percibido. Si no hay relación, no hay existencia.
—… no, porque si desaparecen las cosas y yo estoy, yo sigo existiendo.
—¿Cómo lo sabrías?
—Porque lo sentiría.
—¿Con qué, si no tienes cuerpo?
—Con la mente.
—Sí, pero para que la mente funcione necesita poder relacionarse con algo. Si no existe nada, la mente tampoco existiría.
—O sea… es como que para que vos seas papá, tengo que existir yo, ¿cierto? Si no existimos alguno de los dos, vos no podrías ser papá.
—Exacto. Que yo o vos cerremos los ojos no nos quita ser papá o hija. Pero si ambos los cerramos, y no hay nadie más, entonces dejamos de existir. Alguien debería recordarnos al menos.
—Pero tal vez no nos recuerden, aunque mis tataratataranietos existirán gracias a nosotros.
—Para eso debería existir un hijo tuyo y así sucesivamente… El recuerdo no es de nosotros mismos, sino de la certeza de que en algún momento existimos.
—O sea que cuando no quede nadie, no vamos a existir más.
—Claro. De eso se trata vivir: no de lo que pase cuando no estemos, sino de lo que hacemos ahora que podemos estar.
—A mí Julio me contó que antes de nacer él existía en otro mundo.
—Seguro que sí. Deben existir muchos mundos, y una parte de nosotros quizá sea capaz de viajar entre ellos.
—O sea que, si todos cerramos los ojos, tal vez nos despertemos en otro mundo.
—Puede ser. O tal vez ya cerramos todos los ojos y nos despertamos en este.
—¡Qué divertido! Está bueno poder existir así.
—¡Sí, muy divertido!
Expandir la conciencia requiere ampliar las relaciones.
La realidad, entonces, no es un bloque fijo que existe por sí mismo, ni una ilusión aislada dentro de cada mente. Es una relación viva entre el que percibe y lo percibido, entre lo que somos y lo que nos rodea. Allí, en ese vínculo, la existencia se vuelve experiencia y la conciencia se expande. Quizás por eso, hablar de metafísica con los hijos nos recuerda que lo más profundo siempre puede decirse de la forma más simple: existir es estar en relación.
Desde tu ahora, en mi pasado, gracias por este presente.
Si querés estar al tanto de mis contenidos podes seguirme en mi canal de whatsapp