El todo sin sentido es la libertad.

La palabra surge donde hay ausencia de sentido.

Lo evidente, no hace sentido.

El hombre es una batalla constante entre sí mismo y la realidad. Somos animales simbólicos, y nuestra propia definición marca, por antinomia, lo que somos. Sé que muchas veces lo que escribo no tiene mucho sentido para la mayoría, pero es parte del disfrute de escribir para uno mismo: la libertad de ser en el anonimato de los anaqueles de las librerías. Pero eso mismo me hace pensar: si el disfrute está en la libertad, ¿qué nos hace libres?

No será un texto largo, ni complejo, y creo que será un viaje entretenido.

En ausencia de sentido surgen la palabra, los símbolos, el arte. Todo lo que pueda hacer que la realidad tenga sentido es nombrado o representado de alguna manera que un «yo» pueda interpretar.
Un tatuaje, un corte de pelo, la ropa que uso: todo surge para darle sentido a un espacio que no lo tiene. El sin sentido es el agujero negro del que nada puede escapar, y en el resto del universo, todo puede ser nombrado.

Desde el pecado original, pasando por las tradiciones Lakota, hasta las distintas vertientes filosóficas, se habla del «velo de la ilusión», que representa la desconexión con la esencia, la realidad última y verdadera de las cosas. Desde un punto de vista metafísico, podríamos agregar que cuando algo debe ser nombrado es porque se visualiza una carencia de sentido. En las distintas religiones, el origen se refiere a un momento de desconexión con la fuente que las origina, y esa sensación de vacío debe ser llenada con sentido. Para la humanidad, donde no hay nada, existe el potencial de creación mediante la palabra.

En muchas tradiciones que buscan la conexión con esta realidad, se utiliza la meditación como forma de conectar con el sentido de esta fuente. Apagar la mente para que emerja la conexión y la experiencia pueda completar el vacío. Sin embargo, la trampa está en que no podemos vivir desconectados de la mente, y al activarla nuevamente, sin importar la realidad que hayamos experimentado, esta vuelve a tomar el control. Tal vez, con la nueva información, pueda crear una conciencia individual expandida, pero no podemos escapar de su construcción simbólica de la realidad.

Sin embargo, se puede experimentar la vida sin sentido. Nuestros ancestros lo hicieron antes de tener herramientas simbólicas para nombrar la realidad. Y junto con la simbología surgió el miedo a la muerte, que podría traducirse como miedo al vacío de sentido. Por esto creo que las religiones son parte fundamental de la vida de las sociedades y los individuos, ya que llenan el vacío de sentido con imágenes de lo que se puede esperar una vez que dejamos este plano físico.

¿Podría no haber nada después de la muerte? ¿Podría ser la muerte un regreso al vacío? ¿Podría el vacío ser el origen? Esta posibilidad, aunque abrumadora, también es maravillosa. Si surgimos del vacío, deberíamos valorar la existencia, ya que, entre las infinitas posibilidades de no existir, vivimos una en la que somos capaces de preguntarnos qué significa. En otro contexto, esta misma pregunta podría generar angustia, llevándonos a maldecir la existencia. Incluso podríamos pensar que, de existir un infierno, podría manifestarse a través de esta incertidumbre. Pero prefiero quedarme con una visión más optimista: si puedo elegir cómo vivenciar la existencia, desde la paz o la angustia, entonces puedo experimentar el libre albedrío.

Desde esta visión positiva, podría considerar que el concepto de iluminación consiste en encontrar sentido en el mundo humano. No se trata de pensar, preocuparse o angustiarse por el sentido, sino de abrazarlo con la esencia de nuestra existencia y dejar de ponerle palabras, sabiendo que estas no pueden trascender nuestra mente.

Buscar el sentido para volver a la fuente es como buscar el Santo Grial. Tal vez la fuente esté ahí, donde el sentido no existe o se convierte en vacío. Ahí, donde lo obvio no necesita ser nombrado, es donde se encuentra la fuente. Creamos palabras para aquello que no tiene sentido porque reconocemos ese vacío y necesitamos nombrarlo. Sin embargo, no inventamos palabras para lo que no percibimos, no porque no exista, sino porque ya es: el sentido que no requiere ser nombrado.

Por ejemplo, existe la palabra «dolor» para expresar que algo no está bien con nuestro cuerpo o nuestras emociones, pero no pensamos en el cuerpo cuando no sentimos dolor. Mientras no sentimos dolor, no percibimos el cuerpo. Nuestra realidad emerge donde surge el dolor, o el vacío de sentido.

De manera similar, cuando escribimos en una hoja de papel, no necesitamos mencionar el espacio sobre la hoja: es evidente y no requiere ser nombrado. El sentido está en su mera existencia.

Donde la palabra no es necesaria, donde el arte no se manifiesta, donde la música no vibra, donde la existencia no requiere ser nombrada, es donde el sentido no necesita ser creado porque ya es.

¿Cómo ser parte de lo evidente? ¿Cómo podría la palabra describir el espacio en blanco sobre la hoja? Podríamos buscar el sentido en la palabra, pero la esencia se manifiesta en el espacio blanco de la hoja.

Desde tu ahora, en mi pasado, gracias por este presente.

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