El molde perfecto para mis experiencias.

Un día, mientras cocinaba viendo tres cebollas con distintas formas, me vino una pregunta a la cabeza: “Si las experiencias fueran las capas de una cebolla y cada experiencia tomaría la forma que tú le quieras dar, ¿qué forma tendría tu cebolla?”
Al principio me imaginé una cebolla perfectamente redonda, muy brillante y jugosa por dentro, pero cuando me puse a pensar de qué depende la forma de una cebolla, me di una idea más acabada de las similitudes que tiene nuestra vida con la de mi musa inspiradora de “metafísica mientras cocino”.
Para que una cebolla tome forma primero depende de quién la siembre y cuánto esté dispuesta a cuidar de esa nueva vida. Si sus padres o alguien le enseño como preparar la tierra, elegir el lugar, la época del año, para que no le falte agua en su crecimiento y todas esas cosas que pueden incrementar las posibilidades de que esa semilla crezca fuerte y sana.
Claro que la semilla debe tener lo suyo, pero en principio el entorno es determinante. Supongo que a medida que crece la planta, en su relación con el ambiente, aprende a tomar lo que necesita y comienza a moldear su entorno. Sus raíces mueven la tierra, corren otras raíces, tierra y piedra a medida que crece. Pero también se encuentra con objetos que no puede mover y que le marcan posibles caminos para que siga su desarrollo.
Cada capa que nuestra cebolla crea es un resultado de todas estas circunstancias que dan por resultado su forma, su color y su jugosidad. Pero en este camino de desarrollo la planta no pudo, hasta dónde sabemos, modificar su entorno para tomar la forma de su deseo, sino que solo se generó una adaptación a su ambiente.
Todo este me llevó a preguntarme cuántas veces nosotros nos adaptamos sin tener en claro nuestro deseo. Es claro que cuando somos chicos, somos más bien el resultado de nuestro entorno y de alguna manera siempre vamos a tener en nuestras primeras capas esa forma, pero nuevamente viendo la cebolla, me percaté que algunas en su corazón tenían una forma distinta a la del exterior. En el centro eran más alargadas y hacia afuera más redondas. Por lo que me dio la idea de que en algún momento mi amiga vegetal, logro vencer los condicionantes originarios y comenzó a tomar su forma final.
Lo mismo ocurre con nosotros, pero ¿en qué momento pasa esto? ¿Cuándo pasamos a tomar la forma de nuestras decisiones?, ¿cuándo tenemos la posibilidad de cambiar el entorno para que nuestra estructura y nuestro entorno se comiencen a modificar en función de nuestros deseos?
Y tal vez las dos preguntas más importantes: ¿qué necesitamos para lograr eso y si hoy contamos con esos recursos para hacerlo? Probablemente en muchas áreas sí lo hayamos logrado, pero tal vez no de una manera conciente, sino como la cebolla, adaptándonos en función del entorno y de nuestras estructuras.
Para aclarar, las estructuras son los patrones con los que fuimos educados, que pueden ser coincidentes con nuestros deseos, pero podrían no serlo. Si vemos las cebollas, hay algunas que no varían su forma, son similares sus estructuras con su forma por fuera, pero hay otras que son imposibles de comprender cómo pueden ser tan distintas. En el caso de los seres humanos, las estructuras y el entorno son condicionantes, pero no determinantes. Por eso, retomando el planteo original, si nuestras experiencias son las capas de una cebolla y las misas son determinadas por nuestras decisiones, creo que debemos indagar en la forma de tomar decisiones para moldear nuestras experiencias.
Extrapolando de lo individual a lo social, surgen la preguntas sobre cómo nos estamos educando como humanidad, para evaluar si las estructuras y el entorno nos van a permitir darle el molde a la humanidad que deseamos o más bien necesitamos evaluar cómo estamos viviendo nuestro presente para ver en qué cebolla nos vamos a convertir.
Desde tu ahora, en mi pasado, gracias por este presente.