Alquimistas de la existencia.

¿Qué sientes cuando sientes? ¿Qué crees cuando crees? ¿Qué piensas cuando piensas?

Consciencia
El ser humano integrado en la consciencia

Ser humano, desde mi perspectiva, implica integrar estas tres acciones cotidianas, que al final nos definen tanto a nivel individual como colectivo.

A estas preguntas sobre el “qué” podríamos añadir el “cómo”, pues este nos distingue en la forma de hacer las cosas. Sin embargo, aunque el “cómo” tiene relevancia al influir en nuestra interacción con el entorno, quiero centrarme en el “qué”, ya que es aquello que verdaderamente nos define.

Un martillo puede fabricarse con madera, plástico o metal, y aunque conserve la misma forma, puede servir para diversos fines. Sin embargo, la madera, el plástico y el metal seguirán siendo lo que son, incluso al transformarse en algo distinto. Del mismo modo, los seres humanos somos lo que pensamos, creemos y sentimos. A diferencia del mundo físico, esta realidad puede cambiar, lo que nos permite decidir quiénes queremos ser.

No ignoro nuestra estructura biológica, que podría considerarse un condicionante. Pero, como hemos empezado a vislumbrar, es posible que nuestra biología sea reemplazada o mejorada mediante ingeniería biotecnológica en un futuro cercano. Aunque esto nos proporcione una nueva materialidad, para conservar nuestra esencia de humanidad deberíamos preservar la capacidad de elegir en qué creer, pensar y sentir.

Les invito a reflexionar sobre quiénes somos a partir de estos ejes. Seguramente, en más de una ocasión, habrás notado cómo tu entorno cambió con el tiempo. Pero, ¿qué fue lo que realmente cambió? El tiempo, por sí solo, no define el cambio; es solo una brisa que nos impulsa a movernos, pero no determina la dirección de nuestras acciones ni las decisiones que tomamos. Como el rumbo de un barco, este lo define quien iza las velas.

¿Y cuáles son las velas de la humanidad? Sabemos que el tiempo y el espacio son dimensiones predeterminadas, como un tablero de ajedrez. Aunque no podemos alterarlas sustancialmente, las vidas de miles de millones de personas siguen direcciones distintas. Estas direcciones las define algo que trasciende la fisicalidad de nuestro universo: la dimensión intangible de la conciencia.

Sostengo que quienes somos se define por lo que somos capaces de construir desde nuestra inmaterialidad. Esto nos abre puertas al infinito, porque, al ser intangibles, una creación de nuestra conciencia —que podría entenderse como colectiva en el caso de la humanidad—, tenemos la capacidad de transformarnos según nuestros propios criterios. Esta perspectiva nos sitúa en los límites entre la nada y el todo, un borde tan inalcanzable como fascinante para nuestra mente.

Imaginemos por un momento que pudiéramos avanzar y retroceder en el tiempo a voluntad. Visualicemos un futuro donde dominemos el tiempo y el espacio. La realidad, que hoy nos parece tan tangible, se convertiría en un videojuego en el que elegimos un avatar, vivimos una experiencia y, cuando nos cansamos o agotamos nuestra energía, el juego termina. ¿Qué seguiríamos siendo?

Teorizando y fantaseando, diría que seguiríamos siendo conciencia. Entonces, ¿dónde existe la conciencia? Mi respuesta es clara: en la dimensión intangible. ¿Y cómo accedemos a ella desde nuestra humanidad? Aquí es donde las teorías terminan y comienza la fantasía. Es el tránsito de la mente al espíritu, del mundo lógico al de las creencias. La realidad se transforma, las fronteras entre lo posible y lo imposible se desdibujan, abriendo paso a infinitas realidades donde nuestra existencia adquiere nuevos significados.

En el territorio del espíritu, la mente deja de gobernar. La imaginación toma el control, moldeando lo que podemos ser. Aquí nacen las teorías de la creación divina, las múltiples dimensiones del ser, las experiencias místicas y todo aquello que nuestra imaginación pueda concebir.

En esta dimensión, el tiempo y el espacio se desvanecen. Somos eternos e infinitos. Y, sin embargo, seguimos siendo, de un modo inexplicable. Aunque todo cambie, persiste esa sensación de presencia. Si desdibujamos esta dimensión, ¿qué más podríamos encontrar? Llegamos a las fronteras entre el espíritu y el alma, un territorio donde ya no hacen falta palabras ni imágenes para manifestarnos.

En este instante, siento cómo algo externo presiona hacia adentro, y desde mi interior surge una corriente que delimita un campo, pero que, al mismo tiempo, lo trasciende. Percibo las teclas de la computadora, la mesa bajo mis codos, la brisa en mi rostro, el aroma de las flores. Siento la alegría de sentir y la frustración de no comprender. Y, aun dejando a un lado pensamientos y creencias, sigo sintiendo.

Sentir es una experiencia maravillosa. No hay límites ni tiempo, solo la vivencia. Sin embargo, en la sensación del alma no hay conciencia; no emerge nada que me defina.

En este breve viaje por las dimensiones del ser humano, dejé atrás las “ropas” que las visten: primero la dimensión física, luego la mente, después el espíritu y, finalmente, el alma. Más allá de esta última no pude avanzar. Alcancé la frontera entre el todo y la nada de mi capacidad de experimentar, el límite dentro del cual puedo existir.

Sentir estos límites genera frustración, pero también una inmensa ambición de explorar todo aquello que puedo hacer consciente. Las dimensiones que somos capaces de descubrir superan lo que podemos comprender o imaginar en este breve viaje mientras nuestro avatar tiene vida.

Por eso, me parece coherente y expansivo definir al ser humano como una especie capaz de experimentar dimensiones tangibles e intangibles desde una percepción individual. Estas dimensiones son inconmensurables, y solo logramos vislumbrar destellos de ellas. Así, la construcción de conocimiento colectivo crea un escenario en el que la realidad humana es tan diversa como contradictoria. No porque la realidad en sí lo sea, sino porque no podemos comprender los procesos desde el nivel superior que les da coherencia.

Ser humano es una experiencia maravillosa. Nos permite elegir en qué pensar, creer y sentir y, desde esa capacidad, construir una conciencia única. Creo que las dimensiones del alma y el espíritu son tan vastas como inexploradas, tan infinitas como el universo físico.

Si aceptáramos que las vivencias del alma y el espíritu son tan reales como los fenómenos físicos, la realidad humana sería irreconocible para una conciencia del siglo XXI. Sin embargo, es probable que, así como la humanidad del siglo XXX nos verá como nosotros vemos al hombre de Neandertal, seguirá buscando su esencia en todas las dimensiones del ser humano, siempre y cuando conserve la capacidad de pensar, creer y, sobre todo, sentir.

En resumen, ser humano es más que habitar un cuerpo físico o navegar por el tiempo y el espacio; es vivir en la convergencia de múltiples dimensiones, tangibles e intangibles, donde la mente, el alma y el espíritu tejen nuestra identidad. Esta capacidad de pensar, creer y sentir no solo nos define, sino que nos otorga el poder de moldear nuestra existencia y construir una realidad única en un universo vasto e inexplorado. La verdadera esencia de nuestra humanidad radica en esa conciencia multidimensional, en esa inagotable capacidad de trascender los límites aparentes para convertir preguntas en descubrimientos y vivencias en significado. Así, mientras preservemos nuestra conexión con estas dimensiones, continuaremos explorando lo infinito desde nuestra singularidad.

Desde tu ahora, en mi pasado, gracias por este presente.

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