Si la felicidad no es el destino ¿de qué se trata la vida?

Ilustración conceptual vista desde el interior de un auto futurista. A través del parabrisas se observan varios caminos que se separan, cada uno con señales que representan la mente, el espíritu, el corazón y el cuerpo. En el espejo del parasol se reflejan unos ojos contemplativos, evocando introspección y conciencia.
Cada camino es una forma de percibirnos: la mente que piensa, el cuerpo que siente, el corazón que ama y el espíritu que comprende. Conducir el viaje interior es aprender a escucharlos a todos.

A medida que transitamos la vida, nos damos cuenta de lo importante que es observar nuestras emociones con lupa. Al final, son ellas las que determinan la velocidad y el confort de nuestro viaje.

Si pensamos la vida como un viaje en auto, creemos que somos quienes manejamos. Pensamos que controlamos las oportunidades (los caminos), las habilidades (el auto) y la sabiduría (el GPS). Suponemos que, si todas esas variables están bajo control, el viaje será el soñado.

Pero quien maneja tiene un giroscopio emocional que puede hacer que cualquiera de esos factores pierda relevancia.
¿Alguna vez, teniéndolo todo, no pudiste arrancar el auto? No por una falla mecánica, sino por no tener la energía para ponerlo en marcha.
O, por el contrario, ¿seguís manejando con entusiasmo aun cuando el auto o el camino están en pésimas condiciones?

Reconocemos esos momentos, pero no tenemos señales externas que nos adviertan sobre ellos. Al contrario, solemos mirar hacia afuera buscando que el entorno nos diga cómo seguir.

Sin embargo, hay un solo elemento dentro del auto que puede mostrarnos realmente cómo estamos: el espejo del parasol.
Es el único objeto diseñado para vernos a nosotros mismos. Pero para usarlo, hay que detenerse, dejar de mirar el camino, los instrumentos, las compañías… y atreverse a encontrarse con la propia mirada.

Los autos deberían venir con una instrucción antes de arrancar que dijera:
“Mírese y reconozca cómo está hoy para manejar.”
Si la señal es buena, salimos al camino. Si no lo es, nos tomamos unos minutos para ajustar lo que haga falta.

Porque, sin importar nada de lo que ocurra afuera, si no podés mirarte a los ojos y ver una sonrisa, es probable que el viaje no lo disfrutes… y que ni siquiera te esté llevando adonde querías ir.

Las emociones no tienen tablero de control ni aparecen en el GPS. Solo están disponibles para quien se atreve a mirarse.

Así que, si estás viajando, bajá el parasol y mirate al espejo.
Si encontrás una sonrisa, una mirada de paz o una chispa de ilusión, será un buen viaje.
Si no te reconocés, tomá un momento para sentir qué te pasa y no manejes en piloto automático.

Porque la felicidad no nos espera en el destino: se revela en el camino, cada vez que somos capaces de mirarnos con verdad.

Desde tu ahora, en mi pasado, gracias por este presente.

Si querés estar al tanto de mis contenidos podes seguirme en mi canal de whatsapp

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio