Comprender el lenguaje del alma, es comprender el amor.

Dentro de las esencias que componen al ser humano —alma, espíritu, mente y cuerpo— hay una en particular que posee un lenguaje fácil de comprender. Incluso más sencillo que el de la mente, que se expresa a través de lo simbólico.
Si lo pensamos mejor, el lenguaje del alma es el más natural de todos los lenguajes en la Tierra, porque sus códigos se sienten antes de que la mente los interprete. Además, está presente en todos los seres vivos, independientemente de su naturaleza biológica o de su desarrollo racional.
Plantas, animales y humanos reaccionamos al entorno sin necesidad de que la mente nos explique lo que sucede. A esta naturaleza de conexión y reacción, desde la mente podríamos llamarla energía, porque en su base material es posible medirla o cuantificarla. Sin embargo, el lenguaje del alma requiere de nuevas palabras para que la mente pueda comprender su particularidad.
La energía es un concepto proveniente de la física y, por ende, tiene sus propias leyes para interpretar su origen y sus formas de interacción en el universo tangible. El lenguaje del alma se le parece en su capacidad de interconexión, pero se diferencia en un punto sustancial: su existencia más allá de lo tangible.
Música: el puente entre la materia y el espíritu
La música, aunque necesita de una base material para reproducirse —un instrumento, una voz, un medio físico para transmitirse como la vibración del aire—, no se agota en esa materialidad. Su esencia está en la emoción.
Cuando un compositor siente que una pieza expresa de manera genuina su estado interior, la da por concluida. De lo contrario, seguirá trabajando en ella hasta lograr que cada parte coincida con aquello que quiere transmitir.
Allí se codifica el lenguaje del alma: en aquello que no puede explicarse con palabras. Es como una caja de resonancia interior que necesita estar afinada en la frecuencia del alma para que el mensaje suene en sintonía.
Cuando un alma entra en esa sintonía, vibra en coincidencia con la música y comprende exactamente lo que el compositor sintió. Con una característica que la distingue de la energía: las leyes que permiten esa conexión trascienden el tiempo y el espacio.
El alma no es una esencia con una afinación fija, sino que se afina en cada presente donde se manifiesta. Por eso, una melodía no impacta de la misma manera en todos los momentos de la vida: depende del instante en que la escuchamos.
En mi caso, viviendo cerca del altiplano, percibo cómo la música de esta región transmite la soledad, el paso lento del tiempo, la profundidad de las montañas, la sequedad del ambiente, la inmensidad de los valles que se espejan en el interior del compositor. Esa conexión ocurre por afinación del alma. Puedo sentirte en tu música, encontrarte en tu melodía, comprenderte sin conocerte.
Cuando tenemos este tipo de conexiones con lo que nos rodea —una persona, una mascota, una planta— reconocemos que hay una esencia que se manifiesta más allá de lo que podemos racionalizar.
En esos momentos somos capaces de percibir una malla invisible que nos sostiene en relación con lo que nos rodea.
Por eso, cuando hablamos de almas conectadas y de la posibilidad de encontrarnos en un presente de conexión absoluta, no usamos palabras para comunicarnos. Usamos el amor: un lenguaje que escapa a la razón, pero que se nos revela como lo más natural y aprehensible de la existencia.
El lenguaje del alma se manifiesta es su capacidad de conectarnos, más alla de las palabras, el tiempo y el espacio.
Desde tu ahora, en mi pasado, gracias por este presente.
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