La pasión como rebelión ante la falta de sentido.

La disolución de la lógica frente a la pasión
Las creencias son como los sólidos patrones matemáticos que nos dan orden. Pero a veces, la vida nos enseña que el caos de la pasión es lo único que puede disolver esa rigidez y abrirnos a una realidad más viva y vibrante.

Hay una canción que dice: «soy de los que creen que si no hay pasión no va». ¿La conocés?
Y me parece una gran declaración frente a la falta de sentido, porque cuando todo parece vacío, lo que nos rescata no es la razón… es la pasión.

El nihilismo es una corriente filosófica que se define por la inacción ante la falta de sentido racional de la vida. En algún punto, todos venimos a la vida con el pecado original de creer que el sentido racional es el que justifica nuestra existencia. Pero, en una metáfora divina, el que viene a darle vida a nuestra existencia es el espíritu santo de la pasión.

No soy religioso, pero las metáforas religiosas son muy poderosas para ayudar a darle forma a ideas abstractas. Hoy me voy a valer de esta idea: cuando nos convertimos en hijos de dios, la llama sagrada comienza a habitar en nosotros y somos capaces de encontrar el camino de la salvación y abrir las puertas del cielo.

Si la humanidad está separada del reino animal por una única característica que se circunscribe a nuestra capacidad de analizar lo que pensamos, podríamos usarla como la idea del pecado original. Nacemos con la herencia de una tribu que busca el sentido a toda costa y no logra encontrar uno que le sirva a todas las personas que hayan nacido o estén por nacer.

El pecado de pensar, de buscar el sentido en lo racional; el de no poder conformarse con un simple relato de lo que podría o debería ser la vida. Si este es nuestro castigo, probablemente hayamos hecho algo más que comernos una manzana prohibida, o bien la ley era muy estricta en ese paraíso.

Desde nuestra creencia paternalista de las religiones, donde la deidad es la que tiene el saber y la capacidad de repartir virtudes y destinos a los seres de este universo, siempre nos queda una sensación de injusticia respecto a las dificultades que debemos atravesar en esta vida. Por lo menos eso me pasa a mí: digo, si tenés la capacidad para hacérmela fácil, ¿para qué me la complicás, si al final igual me voy a morir?

Más allá de las interpretaciones de las recompensas ante los sufrimientos vividos, la pregunta por la necesidad de padecerlos es la que toma un sentido trascendental. ¿Qué sentido tienen sufrir, esforzarse, comprometerse, privarse, adecuarse a las normas, si al final el destino es ser la misma esencia que nos trajo?

¿Será cumplir un capricho divino, un experimento, un error que nadie se animó a corregir? ¿O bien es más costoso arreglarlo que dejarlo así? Es que, como nada de esto tiene sentido. De verdad, desde la lógica racional, somos una especie que, sin tener un contexto de referencia sobre nuestra utilidad, parecemos bastante inútiles.

Por eso tiendo a creer que no es un universo matemático como suponemos que debe ser, sino que es una existencia pasional la que nos debe haber dado nuestra chance de existir. Dejemos de pensarlo y sintámoslo bien.
Hay más en una emoción que en un pensamiento, más energía en un beso que en un poema, más creación en una mirada que en una obra de Shakespeare.
Engendrar una vida no requiere de argumentos, sino de sentimientos, instintos, atracción.

El universo puede usar las matemáticas para organizarse, pero la existencia usa la pasión para manifestarse.
Por eso, los seres humanos necesitamos de la pasión para vivir. Algo que hoy le podemos arrojar en la cara a las mejores inteligencias artificiales y preguntarles: «¿Qué sentido tiene tu existencia?». La mía ninguna, pero qué lindo se siente estar vivo.

Desde tu ahora, en mi pasado, gracias por este presente.

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