Más allá de la ilusión.
la búsqueda del despertar interior

En nuestra vida, muchas veces nos encontramos evocando esta palabra con significados distintos, pero intuyo que, al final, nos habla de un deseo intrínseco del ser humano por encontrar eso que se siente, se sabe y se cree como verdadero.
Ustedes saben que, en mi visión de la humanidad, somos seres con tres campos de creación con los cuales constituimos nuestra verdad: alma, mente y espíritu le dan forma a nuestra existencia. Integrar estos tres campos no suele ser particularmente sencillo, ya que intentamos hacer una masa homogénea, una mezcla de arena, agua y aire, manteniendo un equilibrio entre ellos.
Menuda tarea es con la que convivimos diariamente, y ese esfuerzo por unir estas tres esferas de realidad se realiza mediante, en mi teoría individual, un proceso que da como resultado la conciencia (distinta de la consciencia). La conciencia humana es el producto de la interacción de estos campos de creación, y particularmente es un proceso que, en función de la evolución, otorga predominancia a la interpretación mental de los fenómenos, estructurada en su marco simbólico.
Desde mi teoría, existen muchos tipos de conciencias en las distintas formas de existencia, pero cada una es distinta en función de los procesos resultantes de los campos de creación que haya desarrollado cada ente. Si bien el tema de este post no es la diferenciación de las conciencias, lo menciono porque tiene relación con un criterio que prima en la noción del despertar.
Si cada ente tiene una conciencia particular y, en función de esta, crea su propia realidad, entonces, ¿dónde queda la verdad y qué tan accesible es para cada ente? Paréntesis antes de continuar: la verdad es una estructura de la mente simbólica, que asigna un grado supremo, revelado y ulterior de existencia. La verdad es el todo; fuera de ella no existe nada. En términos morales, existe la mentira; en términos científicos, la falsedad; y en términos espirituales, la ilusión. Cerrando paréntesis, no podemos escapar de la verdad simbólica, porque nuestra estructura evolutiva mental determina este patrón de entendimiento. Podremos experimentar una multiplicidad de fenómenos, pero al final todo se traduce por la capacidad de la mente de comprenderlos.
Hipótesis de mi teoría: la humanidad puede evolucionar en una multiplicidad de conciencias. Para escapar del simbolismo, será necesario incrementar la experimentación en los otros campos de creación y que el resultado sea una nueva forma de experimentar la realidad. Si tomamos a los profetas como ejemplo, en sus relatos manifiestan tener la experiencia permanente de otras esferas de realidad, pero al final, cuando deben interactuar con el mundo físico (dimensión tangible), la mente usa sus filtros y nos ofrece una versión de lo que el profeta intenta transmitir y los devotos intentan comprender.
Gracias por haber llegado hasta aquí. Intentaré no desviarme más del tema, pero creía importante dar este marco de referencia para que se entienda de manera más acotada la noción del despertar que les quiero proponer.
Ahora debo apelar a sus evocaciones más personales a la hora de experimentar lo real y lo imaginario, ya sea en un sueño, una meditación o simplemente cuando dejamos volar la imaginación, dando rienda suelta a la fantasía. En esos escenarios donde transitamos el mundo de la no vigilia, hay momentos donde sentimos que la franja entre realidad y ficción se desdibuja, ya no es tan clara, y no podríamos ser capaces de elegir conscientemente de qué lado se encuentra la realidad.
Por consiguiente, el despertar ya no se puede elegir con la herramienta de la mente; esta claudica su trono al ingresar en territorios donde no gobierna. ¿Quién o quiénes toman el poder? Porque la conciencia sigue activa, pero los procesos mentales no son adecuados en estos terrenos.
Para hacer más gráfica esta noción que intento plantear, les voy a relatar una breve anécdota.
Una vez estábamos jugando con unos lentes de realidad virtual, y en medio del juego mi sobrino me dice: «Tío, si me ganás no importa, porque esto no es de verdad». En ese momento, me di cuenta de que, para mí, sí era de verdad; yo estaba viviendo en el juego y no existía otra realidad. Mi sobrino fue mi profeta, quien me trajo de vuelta al mundo donde vivo mi realidad.
Otro paréntesis: cuando la tecnología avance, y la realidad aumentada y virtual sean algo cotidiano, olvidaremos muchas veces por día cuál es el mundo donde vivimos.
Esta historia me hace pensar que estamos en un juego muy complejo y sin las herramientas necesarias para saber dónde y cuándo estamos dormidos o despiertos. Este tema, por supuesto, es ancestral y aún no tiene veredicto, pero para escapar de esta dicotomía, me gustaría explorar otras alternativas sobre el concepto.
Olvidemos por un momento la búsqueda por saber cuándo estamos en una realidad que no es la verdadera, y demos paso a la pregunta de por qué tenemos esa extraña sensación de que eso no solo es posible, sino que es una intuición de que existe algo que no estamos logrando integrar en nuestra conciencia.
La intuición se diferencia de la certeza ya que, desde mi concepción, esta última emerge cuando el alma, el espíritu y la mente, en sus campos de creación, crean una interjección. Es un momento súbito donde se entiende, se siente y se cree que algo es real. También puede entenderse como una intersección entre estas tres áreas de realidad. Pero, en este segundo caso, es cuando ya queda establecido ese patrón de certeza. La interjección es cuando emerge, y la intersección es cuando se consolida.
En la noción del despertar, siempre estamos en la zona de la intuición, que es un área borrosa próxima a la certeza, pero que no termina de consolidarse. Faltan elementos en alguno de los campos de creación para que se disipe la neblina. La intuición puede provenir de cualquiera de los campos o ser impulsada por dos de los tres. El caso paradigmático de la certeza y el despertar es el momento de iluminación de Siddhartha Gautama, en el cual accede a otros campos de creación no mentales y encuentra certeza sobre lo que es la verdad.
En la concepción budista y en la de tantos otros profetas en las distintas religiones, el concepto es similar: se accede a la verdad y se puede vivir en dos realidades. En el caso de quienes cobraron mayor relevancia, se asume que eligieron ayudar a otros a acercarse a esta otra realidad e intentar que se despierten.
Algo así como mi sobrino, avisándome que es un juego y que lo que vale es lo que pasa afuera. Cuando él me lo dice, opera en mí la intersección, la certeza ya establecida; no tengo dudas de que estoy en un juego y que la realidad está fuera de las gafas.
Pero, si mi sobrino no me lo decía, yo intuitivamente lo sentía: podía lanzarle sablazos y granadas, porque sabía que no era de verdad. Este concepto de vivir en una realidad que no es la verdad es el que muchas veces nos viene a la conciencia y nos lleva a explorar en los campos de creación individuales las respuestas.
En mi opinión, el despertar es una ventana para comprender mi existencia, no porque haya sido capaz de la iluminación —claro que me gustaría sentir esa sensación, pero probablemente, por mi forma de ser, el día que se me presente la muerte le voy a pedir las credenciales—, sino porque desde mi lugar puedo ver que es posible que la verdad se encuentre en un lugar distinto al que ocupo.
El despertar es un concepto que guía mi búsqueda, le da un propósito a mi vida y me ayuda a comprender que toda creación tiene su propia realidad. Por hoy, me conformo con escuchar la alarma y apagarla para dormir cinco minutos más. Tal vez más tarde logre despertarme.
Desde tu ahora, en mi pasado, gracias por este presente.