La sirena y el pescador.

Una mañana, un pescador lanzó sus redes al mar, como tantas veces lo había hecho. Pero ese día, entre las olas, algo inesperado sucedió. Al recoger su red, encontró atrapada en ella una sirena. Sus ojos no daban crédito a lo que veían, y por un instante, creyó estar soñando.

La sirena, con una voz dulce pero cargada de urgencia, le dijo:
—Dios de los mares, tú que tienes el poder para liberarme, te ruego que me ayudes.

El pescador, incapaz de comprender sus palabras, pero conmovido por su extraña belleza y fragilidad, le hizo una señal para que no se moviera. Durante unos minutos, trabajó en silencio para desatar los nudos que la mantenían prisionera. Finalmente, la red cayó al agua y la sirena, con un destello de gratitud en sus ojos, se sumergió en las profundidades.

Horas después, la sirena relató a su tribu que el dios de los mares, poderoso y compasivo, la había dejado libre.
Por su parte, el pescador, todavía incrédulo ante lo vivido, contó a los hombres del bar que había rescatado a una sirena de sus redes.
Ninguno fue creído. A la sirena la acusaron de contar fábulas y al pescador lo ridiculizaron, diciéndole que las largas jornadas en el mar le habían nublado la razón.

Con el tiempo, ambos comenzaron a dudar de sus propios recuerdos. La sirena se preguntaba si tal vez había sido una ilusión del océano. El pescador, por su parte, asumió que todo había sido un sueño extraño y pasajero. Sin embargo, en lo más profundo de sus corazones, ambos sabían que aquello había sido real.

Moraleja: No dejes que los demás definan tu verdad. Las experiencias que no coinciden con las de otros no son menos válidas, ni menos reales. La verdad no es absoluta; es un reflejo de cada uno de nosotros. Recuerda, la locura no es la ausencia de verdad, sino la incapacidad de hacer coincidir nuestro mundo interno con el de los demás.

Desde tu ahora, en mi pasado, gracias por este presente.