Impulsados a vivir: ¿Por qué la conciencia se escapa de la entropía?

La vida tiene una dirección. Aunque parezca contradictorio, desde la filosofía transita del orden al desorden, mientras que desde la física busca el equilibrio en medio del caos.
Una taza que se rompe no vuelve a ser la misma, aunque se repare. Para restaurarla se necesita energía, y eso cambia el sistema completo.
De la misma manera, la vida humana avanza sin retorno: el tiempo no retrocede, solo sigue su curso. La física del universo nos condena a la irreversibilidad.
Somos como baterías recargables: acumulamos energía, la usamos, y con el tiempo dejamos de retenerla.
En términos biológicos, es un ciclo perfecto. Pero en términos de conciencia, algo se rebela ante esa lógica.
El ser humano inventó un concepto que no obedece a las leyes físicas: la trascendencia.
Es la idea que da sentido a la vida y permite que nuestra conciencia escape del ciclo biológico.
Buscamos explicaciones más allá de lo tangible. Creamos relatos sobre universos inmateriales, donde la existencia continúa después de la muerte.
El deseo de trascender nos impulsa a darle sentido a lo inexplicable.
La realidad física nos obliga a medir y comparar, pero el alma se resiste a ser cuantificada.
El binomio causa-efecto sostiene la ciencia, pero encarcela al espíritu.
La entropía explica que el tiempo solo fluye hacia adelante, que no hay efecto sin causa ni creación sin creador.
La muerte como frontera entre universos.
Desde la física, la muerte es el punto final. Desde la conciencia, es una puerta hacia lo intangible.
Si creemos que algo de nosotros persiste más allá del cuerpo, rompemos simbólicamente la prisión del tiempo.
Esa posibilidad nos fortalece: da sentido a nuestra existencia y nos invita a imaginar un universo donde el presente es eterno y los cambios no son irreversibles.
Universos donde el alma habita.
¿Podemos experimentar esos universos desde nuestra humanidad?
Sí. Los conceptos de alma y espíritu intentan describir precisamente eso: la experiencia de lo eterno dentro de lo finito.
Sentir y creer son actos que escapan a las leyes físicas.
La mente intenta comprenderlos, pero su lenguaje racional no alcanza.
El alma y el espíritu hablan otro idioma, uno que no se traduce con palabras, sino con presencia.
La mente, la religión y los límites del lenguaje.
Para intentar acceder a lo intangible, creamos religiones, dioses y metáforas.
Pero los puentes del lenguaje son insuficientes: a mitad de camino las palabras se agotan.
Quizás los monjes que practican el silencio comprendieron algo esencial: que el alma no se explica, se experimenta.
La mente intenta dominar esos territorios, pero el alma los habita sin permiso ni lógica.
Conciencia: la energía que desafía la entropía.
Tal vez la conciencia sea el verdadero mecanismo que se resiste a la entropía.
Mientras la materia se degrada, la conciencia busca integrarse, unificarse, trascender.
Es posible que esos universos intangibles estén aquí, coexistiendo con el físico, y que aún no hayamos desarrollado las herramientas para sentirlos plenamente.
Como el ser humano presapiens que intuía su existencia antes de poder nombrarla, hoy intuimos la existencia del alma sin poder definirla.
Reflexión final: la conciencia como impulso vital.
La mente adoptó la realidad entrópica, pero la conciencia insiste en empujarnos hacia algo más.
Somos humanos, sí, pero también somos conciencia buscando habitar otros planos.
La evolución no terminó con la biología; apenas comienza con la conciencia.
Solo tenemos que seguir intentando.
Solo tenemos que recordar que vivir es trascender.
Desde tu ahora, en mi pasado, gracias por este presente.
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