El valor de no saber: la ignorancia como motor de la conciencia.

Un retrato dividido de un rostro humano: la mitad izquierda es un cyborg con circuitos integrados y tecnología, mientras la mitad derecha es una nebulosa cósmica con estrellas y nubes. Simboliza la dualidad entre el conocimiento tecnológico y la vastedad del universo o la ignorancia.
Entre el silicio y las estrellas: la mente humana, siempre en la búsqueda de saber más, se enfrenta a la inmensidad de su propia ignorancia.

La semana pasada reflexionamos sobre cómo desconocer la fecha de nuestra muerte podría ser un factor evolutivo.
Mientras escribía aquella nota, pensé que la ignorancia —en casi todos los aspectos de la vida— es parte de una condición inherente a los seres vivos.

Aceptar que sabemos menos de lo que creemos no es falta de lucidez: es un acto de humildad ante la magnitud del universo.
En cualquier campo, lo que desconocemos supera ampliamente lo que comprendemos.

Reconocer esta verdad abre la puerta a una conciencia más amplia. Si la existencia es un cúmulo infinito de posibilidades, comprenderlo todo es simplemente imposible.

El límite del conocimiento humano

Comparar nuestro nivel de conciencia con el de otras inteligencias, según su capacidad de anticipar o proyectar escenarios, es como comparar un balde de arena con una cucharada: frente a toda la arena del universo, la diferencia es insignificante.

Ahora bien, vos que estás leyendo: ¿creés ser más inteligente que tu mascota?
Tal vez sí, y probablemente tengas razón. Pero cuando me comparo con todo lo que desconozco, me descubro más ignorante que un simple insecto.

Esto ya lo sabían mentes mucho más sabias que la nuestra.
Sin embargo, seguimos convencidos de que la humanidad puede evolucionar hacia niveles de conciencia superiores que nos permitan entender más profundamente la realidad.

Evolución, conciencia y curiosidad

Hace poco visité el Centro Espacial Kennedy, en Cabo Cañaveral, Florida, y recordé la frase:
“Es un pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la humanidad.”

Esa expresión sintetiza cómo los seres humanos medimos nuestros logros y nuestra necesidad constante de ir más lejos, de avanzar en el descubrimiento de lo desconocido.

A diferencia de otras especies, basamos nuestra existencia en alcanzar metas.
Desde que comprendimos que la supervivencia no dependía solo de factores externos, sino también de nuestras decisiones, comenzó nuestra carrera por dominar el entorno y nuestra propia naturaleza.

Basamos nuestra conciencia en la posibilidad de comprender.
La mente tomó el control y se autoproclamó con un título: Homo Sapiens, “el que piensa”.

Más allá del Homo Sapiens: sentir y creer

En ese proceso, dejamos en un segundo plano a otras dimensiones esenciales del ser humano:

  • Homo Sentiens: el que siente antes de conceptualizar, que percibe el mundo sin filtros mentales.
  • Homo Fidens: el que confía, el que cree (del latín credere, “dar el corazón”). La fe como un acto vital, no como doctrina.

La evolución del conocimiento es un camino infinito.
Podemos devorar todo lo que se nos ofrezca, pero nunca alcanzaremos la saciedad total.
La plenitud —como el conocimiento absoluto— está vedada a la mente humana.

Sin embargo, somos más que sapiens.
Podemos experimentar la plenitud incluso en la ignorancia, cuando habilitamos las capacidades de sentir y creer junto al pensar.

Reflexión final: la ignorancia como camino de evolución

La ignorancia no es un obstáculo, sino una fuerza que impulsa la curiosidad, la exploración y el crecimiento.
Reconocer que no lo sabemos todo no nos limita, nos libera.
Hoy hablé de la ignorancia.
Otro día hablaremos de las emociones y las creencias, que quizás también tengan sus propias leyes de insatisfacción.
O tal vez no… y simplemente, por ignorantes, todavía no sepamos reconocerlas.

Desde tu ahora, en mi pasado, gracias por este presente.

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